12 nov 2010

Cuando la simpleza y la hermosura tuvieron un hijo... Café Gokul

Yo aquí en canibales siempre he tratado de escribir sobre los lugares que cuando he comido me han llevado a una 1560ava dimensión con su simplicidad, sabor y amor por la cocina. Me pasó con Wok and Noodles, un lugar adonde sigo yendo adictivamente y adonde ahora considero a todos aparte de geniales profesionales, aún mejores amigos. También con El Frontón y sus empanadas con una dosis de chistes, anécdotas y un "Vaya con Dios Morado" que llena el alma más que un crucero de caviar con langosta y tacos. Ni que hablar de Park Café, mi everest en materia de cocina local. Un punto de inspiración y un lugar para recordar el porque la cocina es hermosa y porque día tras día le agradezco a quién sea que este ahi arriba con Dios por haberme metido en la cabeza ser chef.

Hay restaurantes buenos que uno piensa en recomendar, hay restaurantes muy buenos que uno recomienda porque vale la pena y luego existen lugares que merecen una plaza pública como las de final de campaña política para poder empezar a expresar lo excelentes que son. Uno piensa que con solo recomendárselo a la gente no es suficiente, que deberíamos flagelarnos por ser tan hipócritas e ingratos con este hito de grandeza. Eso me pasó desde ayer, con Café Gokul en el teatro Giratablas en San Pedro.
Desde que estoy pequeño la tónica en mi casa siempre fue, coma lo que hay, coma lo que pueda y coma lo que quiera. Gracias a Dios y a viajes y experiencias de vivir en otros países desde temprana edad nos metieron en el viaje cultural que es la cocina de cada país. Mis recuerdos más finos siempre los ligo con comida. Recuerdo tener 11 años y haber comido un pollo que me quemó hasta mis memorias del kinder en un chinchorro pakistaní en Lower Manhattan. También recuerdo haber comido pato por primera vez con mi papá y sus amigos en Nueva York, un pato a l' orange que todavia es mi punto más alto de comparación para cualquier otro pato en el mundo. En un ambito más criollo/local/woohoo Costa Rica, me moriré el día que no recuerde la primera vez que mi abuela Lita me dio empanadas de queso o atol de naranja. Todas estas comidas tienen algo en común, cuando las pienso y recuerdo, a mi cara viene un sartenazo imaginario de felicidad y placer que me dejan más feliz que el chavo con 100 tortas de jamón.

Todas estas comidas tienen algo en común con lo que encontré ayer en Café Gokul. La comida cuando se hace con amor, pasión, orgullo y dedicación es facíl, es buena, es hermosa. En este local entramos con muchas referencias y ninguna idea de que esperar. Justo sentarnos y ese olor de especias aromáticas dignas de un mercado de Delhi y ese ambiente de "mi casa es mi casa, pero mi comida es su comida" nos hizo a Alonso y a mi empezar a pensar con nervios de chiquita de 14 años con primer novio sobre la comida que venía. Si ya hacer cocina de India es algo dificil, hacerla vegetariana, original y accesible es algo que muchos podrían llamar un parto de monos y ballenas. Los ticos por naturaleza somos carnívoros, hasta hace unos años decir que uno era vegetariano era ser visto como alguien que comía solo ensaladas y deje de contar. Pero poco a poco no se si por una de esas modas como los celulares, estudiar turismo o ser chancletudo o en serio porque la gente quiere cambiar, el ser vegetariano ha pasado a ser algo fuerte e imparable.

Sólo con sentarnos una bebe me dio la mano y su mamá, me imagino que la esposa o mujer del dueño nos dio la bienvenida como alguien que se nota de lejos está orgullosa de lo que tiene y de lo que da. "¿Han venido antes?, No, aaaaahhh espérense van a ver que comida más tuanis hacemos aquí". Con una primera ojeada del menú nos dimos cuenta que la cosa no era jugando. Nada de curry ni nada de esa comida comercial pseudo hindú. Era la comida de verdad, la de casa, claro, si la casa queda en algún barrio de Bombay o Bangalore. Para empezar, unas parathas, de coliflor con picante para mí y de queso para Alonso. Yo de machito jugando de que el picante no era nada ahí le pedí a Mukunda, el chef, picante medio para las parathas. Para acompañar un te negro con limón y un Lassi de Fresa. Aquí no voy a poner adjetivos ni chistes ni nada, así de simple, ME QUEMÉ HASTA LA TIERRA DE LAS UÑAS DE LOS PIES!!!!!!!!

No era un picante a lo mexicano que golpea de un solo y se va. Tampoco un picante de Asia que tiene golpe al principio, para un toque y tiene otro golpe al final. Este era un picante rico, doloroso pero vivible, un masoquismo culinario para los que se atreven. Era como arrancar un carro, empieza suavecito, poco a poco va avanzando, se le mete el gas y la marcha fuerte y luego nada más se anda. Era aromático, en lugar de opacar ayudaba a realzar los sabores y francamente aunque me hizo sudar como el diablo en reunión de testigos de jehová fue algo que me dejo queriendo probar más y más esos niveles de hermoso dolor.

Ya después de esto vinieron los segundos platos, una raita para bajar aún más el calor y unas empanadas de vegetales con una salsa de miel que solo ayudaban más y más a aumentar la cuota de satisfacción y engrosamiento del alma. La raita estaba suave, sedosa, todo lo que traía se sentía, el pepino, el yogurt, el limón, el tomate, todo ahí sin opacar ni matar a ningún otro. Se notaba que era hecha a mano y en el momento, tenía un calor inexistente que solo ayudaba más a confortar todo. Las empanadas, geniales, no hay que decir más ni menos, buenas y ya. Acto seguido en esta obra, hacen entrada los platos fuertes. Unas croquetas de vegetales con una salsa de tomate y queso fresco y una berenjena con una salsa de tomate, que francamente, si tirarse de un tercer piso fuese tan rico, me tiraría del sexto para tener doble sabor. Las croquetas eran suaves, jugosas y hacían olvidar que la carne es algo ricolicioso.

La berenjena por segunda semana me logró enamorar, esta aún más por la simple complejidad que escondía esa salsa. No era nada en especial, tomates, especias y ya. Pero esas especias lograron transportarme a la cocina de uno de mis mejores amigos y grandes chefs que he conocido Rahjan. Lograr ese ahumado, profundidad de sabores y perfiles con tan poco es lo que hace a un cocinero alguien de admiración y respeto. El postre llegó y como en todo buen montaje se dejo lo mejor para el final. Era zanahoria, con leche, pasas y semillas de marañon. Póngalas en la orden que quieran que va a saber igual de bien. Eran sabores, texturas y sentimientos encontrados que podrían lograr hacer la trama de una novela mexicana por si solos. Un arroz con leche terminó nuestro almuerzo con una nota más que alta, tanto que hace sentir a Shaquille Oneal como un enano de circo.

Durante toda la comida tuvimos la enorme gracia de poder compartir frente a frente con el chef. Escucharlo hablar de su comida y su local y de como aunque no tenga mucho hace más que suficiente era algo que podía llenar a cualquiera sin tocar un solo plato. No hay mejor sentimiento que saber que lo que uno hace es algo bueno y poder decírselo a la gente. El lo sabe, ayer nos dimos cuenta y hoy yo se lo digo a ustedes, en Café Gokul hacen algo bueno, algo muy bueno. Vayan, coman, experimenten y vean lo mucho que se puede lograr usando poco. Café Gokul, un ejemplo perfecto de cuando la simpleza y la hermosura tuvieron un hijo.

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